Texto y Fotos: Rolando Pujol
La Habana, próxima ya a sus 500 años de existencia, resalta por las luces y contrastes que personalizan todos sus espacios citadinos. El trópico está presente en la ciudad con ese sol fuerte, que entre las primeras horas del amanecer y las últimas de la tarde, cualquier día del año, establece un diálogo poético con los cristales policromados que coronan los medio puntos coloniales o revelan historias de fe, románticas y de caballería, al trasluz de los ventanales de las iglesias y viejos palacios aristocráticos.
El vitral, que tuvo su auge en la arquitectura gótica europea, desde el temprano siglo XIII; conquista a La Habana, con el auge de la arquitectura palaciega como resultado de la prosperidad económica creciente en el siglo XVIII y el arribo al país de numerosos carpinteros destinados a la construcción de las techumbres de madera y los grandes buques de guerra y transporte en los astilleros del Arsenal de La Habana.
Así, la técnica empleada para cerrar con cristales y marcos de madera los ventanales de popa de los galeones, se adaptó para llenar el espacio que dejaban los arcos sobre puertas y ventanas de las mansiones coloniales, donde las hábiles manos de los carpinteros crearon abanicos de luz, rojo, ámbar y azul, que dio realce y alegría al espacio y ambiente interior de las edificaciones.
El arte sacro, que consolidó las técnicas del vitral en Europa, también tuvo una notable expresión en las iglesias habaneras, en la medida en que sus macizos muros y paredes de piedra conchífera fueron aligerados por otros materiales constructivos, donde quedaron grandes espacios a llenar con historias de cristal emplomado. De esta manera los pasajes bíblicos, la santidad de los mártires cristianos, de los beatos y vírgenes, es contada a color por la luz a través del cristal.
Resaltan por su extraordinaria belleza los 139 vitrales de la iglesia neogótica de la Calle Reina, por sólo mencionar uno de los ejemplos más significativos y bellos en La Habana.
Entre mediados del siglo XIX y la primera mitad del XX, la importación de vitrales elaborados primorosamente por famosos talleres europeos, principalmente de España, cobra auge, favorecida por la intensión de la burguesía criolla de ponerse a tono con las tendencias de los más relevantes centros urbanos ilustrados del Viejo Mundo.
Así nos llegan hermosos exponentes de cristalería pintada con escenas de caballería inspirados en el Quijote de Cervantes, castillos y torneos medievales; románticos motivos florales, paisajes bucólicos de tal manera que los ventanales sobre las escalinatas y en los espaciosos salones de las mansiones palaciegas, de verían coronadas y ambientadas por estas obras de arte de exquisita manufactura.
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