Texto y fotos: Rolando Pujol.

Desde cualquier punto alto de La Habana a donde subamos, lo primero que saltará a la vista es la construcción maciza de la cúpula del Capitolio, ya sea con preeminencia si estamos más cerca, o como si fuera alguien que a lo lejos salta asomando la cabeza para llamar nuestra atención.

Y en efecto, el Capitolio fue construido para llamar la atención, imponer respeto  y abrumarnos desde la solidez de sus piedras y altas columnas, constituyendo una metáfora sobre la responsabilidad del ejercicio del poder, los valores republicanos, la democracia y la grandeza del estado como institución.

Cuando se terminó la construcción del Capitolio en 1929, su magnificencia no salvó de la ira del pueblo al presidente Gerardo Machado, quien fue su promotor, y tuvo que poner pies en polvorosa escapando de la justicia jacobina un año después.

Quedaba no obstante, la impresionante obra como muestra de la voluntad de sus constructores, que asumieron una tarea desafiante sin precedentes hasta entonces en Cuba, con herramientas y máquinas, no muy distantes de la tecnología empleada dos milenios antes por los griegos en la construcción del Partenón de Atenas.

El Capitolio de La Habana, fue inspirado en su diseño para el ejercicio de un gobierno republicano bicameral, a semejanza del de los Estados Unidos, país al que Cuba estaba estrechamente subordinada en esa época, por relaciones de dependencia político-económicas.

Fue proyectado totalmente por eminentes arquitectos cubanos, entre los que se destacaron Evelio Govantes y Féliz Cabarroca, en la realización de los planos y Raúl Otero y Eugenio Raynieri, en la dirección ejecutiva.

El urbanista y paisajista francés Jean Claude Nicolás Forestier, quien trabajaba en el reordenamiento urbano de la capital, hizo también aportes significativos en la estética de la obra y su inserción en el entorno citadino.

Hay que aclarar que el Capitolio de La Habana, es una obra original y única que no es copia del Capitolio de Washington, como erróneamente se ha repetido durante años. Una comparación exhaustiva entre los dos edificios denota grandes diferencias, a pesar de su semejanza conceptual.

Unos 8 mil trabajadores laborando durante dos años erigieron la monumental obra. Se afirma que buena parte de ellos eran emigrantes españoles, italianos y de otros países, alarifes capacitados en diferentes actividades de la construcción.

Contaban con una maquinaria modesta con relación a la magnitud del trabajo que debían realizar, sobre todo para manejar, cortar y pulir los grandes bloques de piedra de capellanía con que fue revestida la armazón de acero erigida por la Compañía Purdy and Henderson.

Tuvieron que emplear además de las grúas de vapor, mucha fuerza bruta para mover los bloques, hasta lo alto de la cúpula de 92 metros, una de las más altas del mundo por esa época. También dieron mucho trabajo levantar las doce columnas de granito que sostienen el pórtico de 36 metros de ancho y 16 de alto.

Los arquitectos cubanos que diseñaron y dirigieron el proyecto, todos ellos afiliados a la masonería, dejaron de manera evidente u oculta, símbolos de esa cofradía siguiendo la tradición de los Maestros Constructores europeos del medioevo, que preservaron en sus cofradías los secretos con los cuales levantaron las grandiosas catedrales góticas.

La ornamentación interior del Capitolio tuvo un concepto versallesco y en ella no se escatimó, ningún material valioso para lograr la imagen de gran palacio republicano.

En este sentido la obra fue creciendo y tomando su curso paulatinamente, con un minuciosos trabajo de diseño, centrado en los detalles, que suman incontables variables, en los techos, paredes y sobre todo en los salones protocolares, donde resaltan los finos mármoles, los bronces de rica ornamentación y los enchapes en oro.

Mención especial hay que hacer a la ebanistería del mobiliario original que aún conservan los dos hemiciclos y las salas de protocolo, ubicados en los lados norte y sur del edificio, construidos para las reuniones de la cámara y el senado.

De los 220 metros de longitud del Capitolio de La Habana, más de 100 metros corresponden al espléndido Salón de los Pasos Perdidos, donde antes de la invención de las zapatillas de goma, las suelas de cuero, perdían su eco al caminar por el enorme salón, de ahí su nombre.

Sobre este asciende el centro interior de la cúpula del edificio y hacia este suben los 55 escalones de la gran escalinata central custodiada por dos estatuas que rinden culto a la Virtud Tutelar del Pueblo y al Trabajo, realizadas por el escultor italiano Angelo Zanelli.

Bajo el domo, sin embargo, está la obra más significativa de Zanelli,  para la cual empleó dos años en realizarla, la Estatua de la República; una Palas Atenea de 15 metros de alto y 30 toneladas de peso, que fue montada  sobre un pedestal de ónix egipcio.

Como el edificio ya estaba terminado, cientos de obreros tuvieron que subirla en hombros, dividida en tres partes, por la gran escalinata principal, para colocarla en su sitio, un día antes de la inauguración del Capitolio, que fue el 20 de mayo de 1929.

Después de 89 años de existencia y tras una compleja restauración de más de 8 años, dirigida por la Oficina del Historiador de La Habana, el Capitolio quedó abierto al público desde el 24 de febrero de 2018, que ya puede visitar los salones y áreas restauradas en la primera etapa, emprendiendo así un fascinante viaje por la arquitectura, la historia y la leyenda, de un edificio, que como el Partenón, en Atenas, colma de gloria también a La Habana.