Texto y fotos: Rolando Pujol

Baracoa, palabra que le da nombre a la ciudad enclavada en la región más oriental de Cuba; es de raíz aruaca y significa, “sitio de las aguas, o existencia de aguas”. Los aborígenes precolombinos, al igual que lo hicieron posteriormente los europeos, apreciaban las bondades de la naturaleza de la región, irrigada por caudalosos ríos, que desde entonces hasta el presente se ha mantenido prácticamente intacta.

Con la llegada de los conquistadores españoles, estos encontraron como mejor lugar para ordenar su primer asentamiento en Cuba, el lado oeste de la ensenada que diera excelente refugio y aguada a sus barcos, fundándose el 15 de agosto de 1511, la Villa de Nuestra Señora de la Asunción de Baracoa, por el adelantado Diego Velázquez.

Desbordaría las pretensiones de este trabajo, reseñar toda la historia de Baracoa, diremos no obstante que hasta 1523, fue la villa de residencia de las autoridades españolas en la isla, hasta que estas se trasladaron a Santiago de Cuba. Desde entonces y por muchos años, Baracoa quedó prácticamente dejada de la mano de Dios, saqueada de tarde en tarde por los piratas del Caribe y recluida dentro de un cerco de montañas casi intransitables, con el mar no siempre benévolo, como única vía de acceso al lugar.

Baracoa cambiaría definitivamente su historia, cuando en la década del sesenta del pasado siglo, el Gobierno Revolucionario, construye “La Farola” una fabulosa carretera de montaña, que hizo posible un rápido acceso a la ciudad. Paralelamente la vida de los habitantes de la región, se ha favorecido con diversos proyectos de desarrollo socio- económico, que benefician la producción del cacao, el coco, el café, cultivos tradicionales de la región; y han impulsado el turismo ecológico.

La conservación de la naturaleza fértil y hermosa de la zona, sigue siendo la motivación permanente de sus pobladores y es el bondadoso regalo que ofrecen a sus huéspedes. Baracoa, al igual que un prisma de tres caras, tiene el entorno de sus montañas y ríos caudalosos que cortan como sables, la cordillera y se abren paso por cuencas y abras, rodeadas de selvas amazónicas.

Posee también, la dote de extensas playas que se extienden hasta la desembocadura del rio Yumurí, con sus singulares “tibaracones” de arenas, con lagunatos de aguas mansas entre la costa firme y el mar abierto, que deleitan a los bañistas. Por último la ciudad primada, pulcra y alegre, con sus casas pareadas, abiertas muchas de ellas en espléndidos portales, por donde la brisa marina que les llega desde el malecón, alienta a la paz y el reposo.

Desde su mirador más elevado, en “El Castillo”, la villa se ofrece con el telón de fondo del Yunque, una montaña que por su forma se asemeja a la tradicional herramienta de forja; y que los baracoenses dignifican como su emblema geográfico.

Otro de sus símbolos preciados, es la Cruz de la Parra, que se conserva en la iglesia parroquial de ciudad «Nuestra Señora de la Asunción», la única que quedó de las tantas que Colón, plantó en las tierras americanas, como testimonio de su fe y de la gesta del descubrimiento.

Un lugar imprescindible para cualquier visitante lo es el Museo Municipal de Baracoa, ubicado en el otrora fuerte Matachín, donde es posible recorrer a través de diversos objetos y testimonios fotográficos toda la historia de la ciudad y la región.

Caminar por el bulevar de la villa, también es una grata experiencia y a oportunidad de visitar varios restaurantes donde puede degustarse recetas de la gastronomía local, que aprecia en sus elaboraciones la leche del coco, el cacao y el minúsculo y singular «tetí», un pececillo que aparece en grandes cardúmenes, en ciertas épocas del año en la bahía, en misteriosas arribazones que sólo pescadores expertos saben adivinar.

Baracoa es una ciudad mágica al decir de quienes la visitan. La Primera en el Tiempo, como suelen decir los baracoenses, donde el sol nace cada día, primero en Baracoa y después se escapa entre las montañas, para iluminar el resto de la isla.

No hay recorrido completo por Cuba, si no se visita este lugar privilegiado por sus amaneceres, por la pureza de su aire, por el encanto de sus nobles gentes y la naturaleza, que como en un templo, aquí recibe todo el amor y tributo que se merece.